Roble o Tablonazo
Pasando por las páginas vituales de El Mundo Vino, he llegdo a toparme con esta opinión vertida por un conocido crítico de vinos de El Mundo; Fernando Point. La verdad es que el comentario es bastante antiguo, de 2000, pero creo que aún es un tema de actualidad; a pesar de que la mayoría de las bodegas pueden estar haciendo las cosas bien; se abusa en algunos casos de la barrica nueva, que podría en cierta manera, asemejarse con la adición desmesurada de chips...
Roble o tablonazo
Por Fernando Point
En esta sección, el crítico de EL MUNDO desgrana cada semana las claves y, a veces, los secretos de la cultura y del placer del vino. Esta semana:
Roble o tablonazo
En el principio la barrica de roble se utilizó tan sólo como recipiente para conservar el vino. En Burdeos se hacía tradicionalmente de 225 litros, y por eso se extendió el uso de ese modelo a muchas otras regiones del mundo; en particular, a Rioja, donde esa barrica ha sido incluso considerada obligatoria en el reglamento de la Denominación para la crianza del vino. Pero no se conocía, salvo alguna observación empírica, su influencia en la calidad de un vino: sólo en los años 20 del siglo XX se descubrió científicamente el efecto de los taninos de la madera en la bonificación del vino.
El culto a la barrica nueva es muy posterior a la II Guerra Mundial. Mientras en España, por razones sobre todo económicas, se seguía utilizando el roble blanco americano (Quercus alba), que se sierra transversalmente (en vez de hendirlo longitudinalmente) y que imparte un fuerte tono de vainilla y coco al vino, en el resto del mundo se gastaban cuartos en roble francés de calidad, que al ser nuevo permitía crianzas más breves, de dos años como mucho, y eso daba una estabilización del vino en un nivel de saturación de color más alto, con los taninos más polimerizados (más suaves, pues), y un importante añadido de aromas elegantes -cuero de Rusia, ebanistería fina...- de roble nuevo. Pero el exceso siempre es un defecto.
El roble nuevo, tan interesante cuando se une con los aromas hondos del propio vino, se ha convertido en la lacra del vino moderno. El roble nuevo todo lo puede, todo lo arregla. Muchas veces, invade un vino que carece de la fuerza propia como para equilibrarlo: no nos queda más que el 'tablonazo'. Y el roble francés algo más barato que el mejor (con verdores que denotan su secado o su tostado apresurados y artificiosos) ha sido lo que los vinos españoles han mostrado más que nada. El tono a 'barniz' o 'laca de pelo' es característico de muchos de nuestros vinos más pretenciosos y, generalmente, vacíos.
Así que el roble ha pasado, en 80 años, de mero recipiente a claro elemento ajeno agregado para servir de perfume, de afeite. Un aditivo más, ¡y legal! No lo son los 'chips' de roble metidos en un depósito, pero habrá que preguntarse por qué: total, sirven para lo mismo... Pero muchos consumidores han empezado a cansarse. Aunque en Rioja o en Napa muchos productores no se hayan enterado de ello, empiezan a ansiar -en tintos como en blancos- más vino y menos madera invasora. Va a ser una de las novedades más importantes de los próximos años: también el gusto regresa a lo natural.
Roble o tablonazo
Por Fernando Point
En esta sección, el crítico de EL MUNDO desgrana cada semana las claves y, a veces, los secretos de la cultura y del placer del vino. Esta semana:
Roble o tablonazo
En el principio la barrica de roble se utilizó tan sólo como recipiente para conservar el vino. En Burdeos se hacía tradicionalmente de 225 litros, y por eso se extendió el uso de ese modelo a muchas otras regiones del mundo; en particular, a Rioja, donde esa barrica ha sido incluso considerada obligatoria en el reglamento de la Denominación para la crianza del vino. Pero no se conocía, salvo alguna observación empírica, su influencia en la calidad de un vino: sólo en los años 20 del siglo XX se descubrió científicamente el efecto de los taninos de la madera en la bonificación del vino.
El culto a la barrica nueva es muy posterior a la II Guerra Mundial. Mientras en España, por razones sobre todo económicas, se seguía utilizando el roble blanco americano (Quercus alba), que se sierra transversalmente (en vez de hendirlo longitudinalmente) y que imparte un fuerte tono de vainilla y coco al vino, en el resto del mundo se gastaban cuartos en roble francés de calidad, que al ser nuevo permitía crianzas más breves, de dos años como mucho, y eso daba una estabilización del vino en un nivel de saturación de color más alto, con los taninos más polimerizados (más suaves, pues), y un importante añadido de aromas elegantes -cuero de Rusia, ebanistería fina...- de roble nuevo. Pero el exceso siempre es un defecto.
El roble nuevo, tan interesante cuando se une con los aromas hondos del propio vino, se ha convertido en la lacra del vino moderno. El roble nuevo todo lo puede, todo lo arregla. Muchas veces, invade un vino que carece de la fuerza propia como para equilibrarlo: no nos queda más que el 'tablonazo'. Y el roble francés algo más barato que el mejor (con verdores que denotan su secado o su tostado apresurados y artificiosos) ha sido lo que los vinos españoles han mostrado más que nada. El tono a 'barniz' o 'laca de pelo' es característico de muchos de nuestros vinos más pretenciosos y, generalmente, vacíos.
Así que el roble ha pasado, en 80 años, de mero recipiente a claro elemento ajeno agregado para servir de perfume, de afeite. Un aditivo más, ¡y legal! No lo son los 'chips' de roble metidos en un depósito, pero habrá que preguntarse por qué: total, sirven para lo mismo... Pero muchos consumidores han empezado a cansarse. Aunque en Rioja o en Napa muchos productores no se hayan enterado de ello, empiezan a ansiar -en tintos como en blancos- más vino y menos madera invasora. Va a ser una de las novedades más importantes de los próximos años: también el gusto regresa a lo natural.
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